jueves, 30 de junio de 2016

La Femme Fatale: comentario comparado

Introducción

El mito de la femme fatale tomó forma como tal en el siglo XIX, junto a los albores del feminismo que reivindicaba igualdad en algunos aspectos políticos entre hombres y mujeres. Sin embargo, anteriormente ya había personajes que podían ser tildados de mujeres fatales, creadas por los hombres para subrayar su conducta inmoral, contraria a la convención, de estas mujeres independientes que se veían obligadas a emplear su sexualidad o recurrir a la violencia como únicas armas efectivas para reivindicar respeto o autoridad. Hablo de personajes mitológicos y bíblicos como las amazonas, Medusa, Pandora, las sirenas de la Odisea en la mitología clásica; o Lilith y Eva en el ámbito judeocristiano bíblico. Siempre ha habido una simbiosis de miedo y deseo por parte de la sociedad occidental, de pensamiento esencialmente machista, hacia las mujeres poco convencionales, independientes, que emplean su sexualidad como medio para conseguir sus fines.
En este comentario trataré el tema de la femme fatale partiendo de la comparación de dos textos. Por un lado, la parte III de Los Ojos verdes, leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, autor postromántico del siglo XIX; y por el otro, el capítulo 95 de El Temor de un Hombre sabio, novela de Patrick Rothfuss, publicada en 2011. Los fragmentos escogidos se hallan transcritos en la parte final del dossier. Realizaré en primer lugar un comentario crítico de cada uno de los textos de forma individual, para posteriormente realizar el comentario comparado, mediante el cual llegaré a una conclusión sobre el papel de la femme fatale a lo largo de la historia y su situación actual, teniendo en cuenta los avances del feminismo en la sociedad occidental.


Los ojos verdes , parte III; Las Leyendas de G. A. Bécquer

En esta leyenda postromántica se trata el tópico literario del amor fatal, del cual es causante la femme fatale. Ésta se presenta como una mujer hermosa, de cabello rizado y rubio, con ojos claros; es el prototipo del cánon de belleza clasicista, modelo de la donna angelicata. Es reseñable recordar que Bécquer tiende a atribuir ciertas características físicas a las mujeres de su Literatura, según su carácter. No tenemos más que acordarnos de su Rima XI:
“-Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena;
 ¿a mi me buscas? -No es a ti, no.
-Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro;
¿a mí me llamas? -No, no es a ti. (...)”
Sin embargo, atribuye cualidades físicas de mujer angelical, benéfica, a un ser engañoso y maligno. Suponemos que se trata de un disfraz; la mujer de ojos verdes tiene apariencia inofensiva, hermosa, para seducir a los hombres y hacerles creer que pueden confiar en ella. Continuando con la susodicha rima;
“-Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!”
está clara la preferencia del autor por el amor imposible, doloroso, fatal, característico del Romanticismo y Postromanticismo, que lleva a la frustración y la destrucción; el cual se debe al elemento sobrenatural, fantástico, que es la naturaleza real de la mujer. Se trata de una concepción del amor también petrarquista y cortés; el caballero suplica las atenciones de la doncella, tras quedar prendado de ella a raíz de una conexión anímica mediante los ojos; ella le rechaza por obligación convencional, para finalmente ceder a los deseos del pretendiente. Sin embargo, el matiz romántico está en lo macabro y sobrenatural que subyace en la mujer, que a pesar de tener apariencia de donna angelicata, es un ser engañoso y maléfico. El espíritu acuático despierta, al ser perturbado por la presencia Fernando. En el relato no se afirma con concreción qué es la doncella. Se insinúa su naturaleza demoníaca, pero no encaja con el patrón del demonio común. A mis ojos, su descripción se aproxima más a la de una náyade, las cuales, según la mitología clásica, podían vengarse de los hombres que las molestaran en sus idilios acuáticos.

Cómo no, hay que hablar del papel de los ojos en el relato, como principal elemento hipnótico y subyugador, que embrujan al protagonista y lo arrastran a la fatalidad. Podría relacionarse con la fusión anímica a través de los ojos que concibe el amor petrarquista. Además, la concepción cultural de los ojos como ventanas del alma, y la connotación amorosa que se les da, sigue vigente hoy en día, más allá del Renacimiento. También podemos relacionar los ojos verdes con los de la Medusa mitológica. Ambas mujeres petrifican, subyugan al incauto con el poder de su mirada. Ambas son mujeres temidas, monstruosas y atrayentes; mujeres fatales, que condenan a su víctima masculina a la perdición. Prosiguiendo con la mitología grecolatina, podemos relacionar a la doncella de verdes ojos con las sirenas de La Odisea homérica, o más certeramente, con las sirenas modernas. Si nos fijamos, las tres emplean la sensorialidad (vista u oído) para lograr sus fines; embaucar a los desdichados que se topen con ellas, provocar el deseo irrefrenable de los hombres para hacerles perder toda razón, hacerles ceder a la hipnosis, la tentación, la cual es provocada por el misterio y la belleza que las caracteriza. También es reseñable el color de los ojos de la mujer de la leyenda. El verde es uno de los colores más escasos y raros en los ojos de la población mundial; debido a su carácter exclusivo, es llamativo, sugiere rareza y exotismo, algo que atrae al romántico.

En cuanto a la pretensión subyacente en el texto, Bécquer parece pretender decir que las mujeres excepcionalmente hermosas son, además de fascinantes y embaucadoras, crueles y dañinas para quien las ama. Es un pensamiento, por desgracia, común en tiempos pasados, y, tristemente, aún vigente. En el lado contrario, podemos recordar el episodio del Quijote en el que aparece la pastora Marcela, mujer hermosa que rechaza a un pretendiente, y ante el suicidio de éste, es acusada de cruel, malvada y asesina, a lo que ella reivindica su autonomía de decidir a quién amar y a quién no. Don Quijote defiende su postura. Es un hecho literario e ideológico milagrosamente feminista e igualitario para la época en que es escrito. Sin embargo, parece que esta idea feminista aislada no ha repercutido en exceso, pues en Occidente la idea de la mujer como perdición del hombre ha estado siempre presente desde hace milenios. Se trata de una visión machista del mundo en la que “el otro”, la mujer, es simultáneamente objeto de desprecio y deseo, y la mujer que intenta escapar de ello es acusada de cruel y perversa. Aunque estas ideas machistas hoy en día están relativamente suavizadas, al menos en Europa y Norteamérica, siguen vigentes, y en ciertas culturas se encuentran de forma íntegra y radical.


El Temor de un Hombre sabio , cap. 95 (fragmento); P. Rothfuss

Antes de comentar el fragmento, debemos contextualizarlo. Felurian es una figura mitológica en el mundo ficticio de ambiente medieval en el que se desarrolla la historia de Crónica del Asesino de Reyes (la trilogía a la que pertenece esta obra concreta). Felurian es un personaje femenino de la cultura oral popular, perteneciente al mundo Fata; equivaldría a una especie de hada o elfo. Según las historias populares, aparece por las noches en lugares recónditos y silvestres, donde canta una canción concreta que atrae a los hombres. Éstos no pueden resistirse a su embrujo y acuden a ella; y, o bien no se les vuelve a ver, o bien reaparecen habiendo perdido la razón.
En este fragmento, el protagonista Kvothe, junto a sus compañeros de viaje, se topan casualmente con Felurian, la cual creían un mito; y en un ataque de valentía el protagonista acude a ella a pesar del riesgo que conlleva. Hay que reseñar que Kvothe es músico, y por ello se siente especialmente atraído por la voz de la mujer. La inspiración en las sirenas (clásicas y actuales) es más que evidente; la voz de Felurian embauca a los viajeros desde la lejanía, pero su poder aumenta al ser vista por los hombres, debido a su belleza. Es, además, similar a la leyenda medieval del súcubo; una mujer bella y seductora que se acuesta con los hombres para beber su sangre o su energía (depende de la versión). Es similar también al mito decimonónico de la vampira sexual, como bien representa Munch en su obra pictórica El Vampiro.  De hecho, en la novela algunos relatos sobre Felurian afirman que la mayoría de sus víctimas perecen durante el coito con ella, y que los que sobreviven acaban consumidos y deshechados por la mujer fata. Felurian por ello tiene fama de mantis religiosa; es a la vez el temor y el deseo personificado de los hombres, el icono popular de la femme fatale a la que nadie puede resistirse. Sin embargo, Kvothe sobrevivirá a ella, venciéndola en una suerte de combate psíquico en el que queda por encima de ella. Así Felurian pierde su potestad y queda casi como una sierva, aunque quisquillosa y orgullosa, del protagonista. Kvothe así logra escapar airoso y triunfador de su idilio con la mujer fata. Felurian se presenta como un ser benévolo aunque caprichoso, en contraposición a su fama de mortífera, la cual era debida a que ningún hombre lograba sobrevivir a la intensidad de su deseo ni a su carácter de superioridad, que la llevaba a aburrirse de los hombres que hubiera subyugado y a expulsarlos de su mundo. El repudio y la frustración era lo que volvía locos a los hombres cuando regresaban al mundo humano. Nos encontramos así ante un caso similar, de nuevo, al de la pastora Marcela en El Quijote; mujeres acusadas del daño ejercido a sus pretendientes cuando ellas no son causantes reales de la perturbación mental de éstos.

Esta obra, al ser más actual, no tiene un trasfondo tan machista como la leyenda antes comentada, aunque aún en el personaje de Felurian se tira del cliché de la “feminidad”, caracterizándola como caprichosa, temperamental, y femme fatale objeto de un deseo sexual exclusivamente masculino. No hay cabida a la alteridad sexual. La única mujer mortal presente en la escena queda hierática ante Felurian, con una actitud defensiva para evitar que su amado le sea infiel, procurando que no acuda a la fata. Ella es inmune, no siente atracción por la mujer mágica, al contrario que sus compañeros. Se muestra como un icono de la mujer “convencional” que critica el libertinaje de la femme fatale con un deje de envidia, escándalo e hipocresía, y oculta admiración. La persecución por el bosque podría relacionarse asimismo con la pugna, el “tira y afloja” del amor cortesano, vigente aún hoy en día en los artificios de la seducción; es siempre el hombre quien comienza la persecución, y ella le evita, juega con él, hasta que se deja alcanzar. También, esta persecución me recuerda a la leyenda becqueriana de El rayo de Luna, cuando Manrique persigue a su amada imaginaria por la ribera del Duero. La sensualidad de la escena final es abierta y sensorial, marcadamente descriptiva y explícita.


Comparación entre ambos textos

Como ya hemos visto, la figura de la femme fatale es esencial en los textos trabajados. Ambas son mujeres mitológicas, en principio fruto de la superstición y las habladurías populares, cuya existencia en principio es dudosa para los personajes que las encuentran.
En ambos relatos acontece una transición del mundo real al mágico de una forma sutil y paulatina, en ambientes que se prestan a lo sobrenatural; la naturaleza salvaje, la ausencia de la sociedad, el bosque lóbrego. Es el ambiente sobrenatural que precisa la femme fatale literaria y mágica para entrar en escena. Las dos mujeres se asemejan en su fama de peligrosas, fama difundida por el supersticioso rumor popular. Ambas son hermosas y poseen armas de seducción eminentemente sensoriales e hipnóticas, subyugantes, que reducen significativamente la razón de sus víctimas. Ambas atraen a los hombres hacia un espacio paralelo, aislado del mundo. Una diferencia notoria entre ambas es la actitud; la mujer de ojos verdes es el prototipo de donna angelicata, tanto en aspecto como en carácter; reposada, inaccesible, sentimental, promete amor y dulzura. Felurian es, en cambio, en principio seductora y misteriosa, y después infantil y juguetona; promete, simplemente, sexo y morbo, a lo que los hombres de la historia difícilmente pueden resistirse.

Debemos prestar atención asimismo a las actitudes que los protagonistas se “enfrentan” a la mujer fatal. Fernando la adora irracionalmente, haciendo gala del amor romántico apasionado, ciego y autodestructivo. Kvothe, en cambio, pese a estar fascinado por Felurian, muestra una actitud más fría, y, por así decirlo, moderna, alegando al  carpe diem y al vitalismo como excusa para acudir a la llamada de la femme fatale.
Podríamos recordar un soneto de Baudelaire llamado À une passante, dedicado a una oscura y sensual viandante con la que el autor intercambia unas miradas muy significativas, y posteriormente suspira por lo que podría haber sido y no fue. No es el caso de Fernando y Kvothe, que sí se arriesgan al peligro de ser seducidos por sus respectivas mujeres fatales.

También se prestan a la comparación las distintas escenas eróticas en las que culminan ambos textos; tiene aquí mucho que ver la época en la que se crea cada uno. El auge erótico de Fernando y la mujer de ojos verdes es sutil y discreto, mantiene el decoro y el pudor sexual de la época en que es concebido. Recuerda a la escena de la película Los piratas del Caribe IV, en mareas misteriosas, cuando una sirena atrae con su voz a un marinero hasta el agua con la promesa de un beso, y ya en el agua deja ver su aspecto demoníaco. En cambio, la escena final del fragmento de El temor de un hombre sabio es, de acuerdo al decoro más flexible de hoy en día, mucho más explícita y erótica.

Las conclusiones que podemos sacar de estos dos textos, junto a los demás ejemplos mencionados, giran en torno al papel de la femme fatale, o mejor dicho, de la mujer a secas, a lo largo de la historia. En la mitología religiosa judía se afirma que Lilith fue la primera mujer, creada a la vez y en igualdad de condiciones que Adán, destinada a ser su esposa. Sin embargo, al saberse igual al hombre, y ante la intransigencia y autoritarismo de éste, abandonó a Adán, al Paraíso y a Dios, abrazando el mal y la perversión. Entonces Dios creó a Eva a partir de una costilla de Adán, para que ésta se aceptara su lugar secundario y sumiso respecto al hombre, y aún así ésta causó su perdición mediante el pecado original. La tradición judeocristiana llama así a Lilith súcubo y demonio, y a Eva pecadora y causante de las desgracias humanas. Anteriormente, en la mitología griega, es Pandora quien, debido a su carácter “femenino” y caprichoso, lleva a la humanidad al desastre.
La misoginia en Occidente es, como vemos, de origen remoto y ancestral, y es excusada mediante la mitología y la religión.
En el Decamerón de Boccaccio, concretamente en la Jornada VII, se trata por primera vez a la mujer como igual al hombre en cuanto a su sexualidad e inteligencia. Sin embargo, no deja de tener un trasfondo misógino pues las mujeres de los relatos suelen ser crueles y emplean su sexualidad y su intelecto para lograr sus fines, si bien no reciben castigo moral alguno.

La femme fatale como tal nació en el siglo XIX en la Literatura, escrita por hombres con una mezcla de miedo, deseo y moralidad. Se origina a partir de los movimientos feministas, cuyas representantes eran consideradas poco honorables y rebeldes ante la sociedad patriarcal, sustentada por filosofías misóginas y masculinas (Schopenhauer, Nietzsche, Lombroso). En la Literatura se castiga a las mujeres adúlteras por sus transgresiones: Anna Karenina, La Regenta, Madame Bovary... La sociedad se asustaba de las mujeres reales, cada vez más competitivas e independientes, y las contemplaban con una mezcla de miedo por la pérdida de "poder" masculino y atracción sexual hacia el peligro.

En Juego de Tronos hay mujeres fatales, como Cersei Lannister, Margaery Tyrell o las mujeres Martell, que reivindican su lugar en el poder y se aferran a éste mediante su sexualidad y su ingenio casi maquiavélico. Es interesante cómo en esta serie televisiva y saga literaria las mujeres logran hacerse un hueco en el poder de un mundo medieval, si bien también son vejadas muy a menudo.

Hoy en día la femme fatale se ha convertido en el ideal femenino de belleza y actitud. Se vende la imagen de una mujer fuerte, independiente, pero aún “femenina”. Es decir, debe ser independiente pero buena madre y esposa. Debe ser fuerte y competitiva, pero a la vez bella, para emplear su físico como un arma más en su escalada a la cumbre del capitalismo absurdo. Debe estar a la altura o más arriba en carácter y autoridad que el hombre, pero a la vez se la critica por ello con calificativos como “mandona” y “feminazi”. Simultáneamente, está sexualizada al servicio del deseo masculino; sólo hay que acordarse del popular reggaeton, o de la industria de la pornografía, sólo hay que pararse a ver los anuncios en la televisión.
Se nos implanta un estereotipo con el que cualquier mujer desea identificarse (porque a todas nos gustaría ser fuertes, independientes y hermosas, al fin y al cabo), pero la situación social es incompatible con éste canon, incluso contradictoria. Es imposible ser madre, esposa, ama de casa, trabajadora, y vivir realizada y cuerda; pues por mucho que hablen de igualdad en el matrimonio, casi siempre el deber para con el hogar recae en nosotras con mayor peso que en ellos, ya que la sociedad aún lo exige. Es imposible ascender al mismo ritmo que los hombres en el mundo laboral, pues las empresas nos lo ponen más complicado que a ellos, y muchas veces cobramos menos por lo mismo.

A mis ojos, estamos sufriendo una etapa de transición que nos lleva a una crisis de identidad, y deberíamos cuestionarnos qué es ser mujer, y por qué lo que nos imponen es ser mujer, y no otra cosa. ¿Por qué tenemos que ser bellas, maternales, temperamentales, bipolares, suaves, pudorosas, locas, naturaleza? ¿Por qué tenemos que estar por encima del hombre, y simultáneamente por debajo? ¿Por qué el mundo nos hace discriminación positiva castigando a los hombres en cada divorcio, mientras la violencia de género continúa y continúa? ¿Por qué se generaliza tanto el concepto de hombre y el concepto de mujer, y no hay espacio para la autodeterminación del hombre, mujer o lo que sea que queramos ser?

En fin, que la femme fatale no es más que otra marioneta en este tinglado patriarcal, resultado del morbo masculino ante una mujer peligrosa, determinada, confiada del poder de su sexualidad. Quienes afirman que el estereotipo susodicho debe ser la finalidad del feminismo, se equivoca. El feminismo se verá realizado cuando haya absoluta igualdad entre ambos sexos, cuando no haya discriminación negativa ni positiva, cuando la mujer deje de ser objeto de odio si no es “mujer”, y objeto de lascivia por ser mujer. Basta ya de alteridades, que las mujeres llevan junto a los hombres desde que el mundo es mundo. Ya va siendo hora de asumir que somos seres humanos, no “el hombre”. Ya va siendo hora de asumir que somos iguales en derechos, deberes, inteligencia y papel en el mundo. No somos malas; sólo somos tan malas o tan buenas como ellos.




Biblio-webgrafía
- Leyendas, de G. A. Bécquer
- El Temor de un Hombre sabio, de P. Rothfuss
- La Risa de la Medusa, de Hélène Cisoux
- À une passante, poema de C. Baudelaire
- La Odisea, canto XII, de Homero
- La perfecta casada, de Fray Luis de León
- La Regenta, de Leopoldo Alas
- El Decamerón, Jornada VII, de Giovanni Boccaccio
- La Torah, Génesis
- ¿Quién teme a la “femme fatale”?, artículo de Erika Bornay, profesora de la UB
- Le deuxième sexe, Simone de Beauvoir

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