martes, 14 de abril de 2015

Explorando el iceberg

Pensaba que las nubes del horizonte marítimo eran los montes de África y los colores del atardecer, la aurora boreal. Salía huyendo de las olas. Me gustaba hacer pintadas de protesta social en las paredes de casa, mientras señalaba al cielo gritando <<¡¡Un mono!!>>. Veía Pocahontas, la princesa Cisne y Mulán, a las que idolatraba e imitaba. Le vacilaba al mar resacoso y mi madre me gritaba. Estaba obsesionada con las sirenas, náyades y cualquier ser marino hipnótico y fatal. Me gustaban los sauces llorones, los libros, las piscinas (aunque me daba miedo el delfín), el licor de mora sin alcohol y los cementerios. Decía "encuera" en lugar de "en cueros". Me dejaba coger en brazos para tocar los dátiles balanceantes del techo. Le tiraba de las orejas a mi abuelo. Después de la muerte de éste, soñaba con su resurrección. Hice la comunión por los regalos y en mi primera confesión dije que no había ordenado los óleos ni limpiado los pinceles antes de ir a catequesis. No entendía el significado del término "glamour". Era sonámbula y me desperté muchas veces en el patio y en el balcón. Confundía las mariquitas con cucarachas. Me despertaba y me despierto con la sensación de que el mundo se mueve demasiado deprisa y me marea y es rojo e inestable. Imitaba a los burros. Recuerdo el olor y textura de los viejos sillones de cuero a los que despellejé. Inserté plastilina verde en los disquetes del ordenador del Jurásico que había en el cuarto entonces vacío, con las cortinas blancas y la luz. Me enteré demasiado tarde de que guiñar un ojo era, al parecer, un signo de intención sexual (la gente en primaria está muy salida). Aburrida de mi flequillo, me lo corté aún más, hasta que cada pelo fue milimétrico. Me dio por coger las pinzas de depilar de mi madre y acabé sin cejas. Una vez hice a mi madre perseguirme por toda la casa por no sé qué razón para acabar orinando en una maceta. Me hice un esguince en el tobillo por ir leyendo mientras andaba por la calle (ese agujero en el suelo no debería estar ahí). La bibliotecaria me tenía cariño. Nadie me decía qué era el Kamasutra. Mi padre tenía pelo. Se me daban mal los números y mi profesora de los tres primeros cursos de primaria me tenía manía por eso, y también porque estaba en las nubes de Narnia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario