jueves, 9 de abril de 2015

Fragmentos emesísticos del día

La mierda es obra humana. Me muero de asco y bailo -mal- en esta ridícula fiesta de disfraces. Llevo cuatro kilos de máscaras, una armadura de papel de fumar recubierta por diamante y encima otra capa de papel de fumar, envuelto todo con un lazo rosa y cursi. Bailo a mi manera y al que se me acerca le piso los pies, a veces queriendo y a veces sin querer. Hay un elemento de pies de acero y ojos verdiazules, y la vida no es justa.

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El mar se mueve hipnotizado, acariciando al mundo y a las sonatas lunares de Beethoven. Lentitud en sus dedos, tragedia en el aire. ¿Qué es el amor? El piano de Debussy.

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Baudelaire era un niño mimado, misógino, fantoche y visionario. Acariciaba los pechos de la Muerte con deleite y cinismo. "No serás para tanto", le dijo antes de tomarla. Fue entonces cuando contrajo la sífilis.
Y vio la vida con sus hilos, luces y tinieblas. Decidió bucear en los abismos parisinos, por divertimento y con los bolsillos llenos, restregándose el cieno por el alma para ridiculizar y avergonzar a la pantomima viviente que era su familia al completo. Se revolcó en barro hasta formar parte del lodazal, y acabó como "esos peces abisales que, a fuerza de bucear entre tinieblas, brillan con luz propia"*. O algo así.
A pesar de despreciar la maternidad, Baudelaire dio a luz montones de hijos de papel y tinta, en los que vomitó al mundo en su forma más oscura y lúcida, más horrible y bella. Como esa danza de muertos de Iron Maiden. Como la existencia. Logró escribir lo inefable, traducir el lenguaje del subconsciente y del sonámbulo, ver la tragedia humana. Pero era, en gran medida, gilipollas. Un gilipollas admirable.


*Te plagio.

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